viernes, 11 de febrero de 2011

EL SENTIDO DE LA VIDA II

Al parecer, el sentido de la vida tiene fuerte relación con su causa y su objetivo. La pregunta ¿por qué estamos aquí? implica dos respuestas, tanto el origen de la vida como su finalidad. Respecto a su origen, se manejan dos teorías principales: una es la de la creación por un ente sobrenatural teniendo algún objetivo, el cual es determinado más bien por las diversas religiones y textos venerados; la otra corresponde a la del naturalismo que menciona que la vida ha surgido de algunos procesos azarosos que nada tienen que ver con algún gran designio o plan trascendental.
Pero más que preocuparme de si alguna de las dos es cierta o la única (aunque las evidencias se inclinan más hacia el naturalismo), lo que buscaré será considerar las consecuencias que se derivan en relación con la finalidad o propósito de la vida. ¿Qué consecuencias puede tener la opción creacionista?
El argumento principal de los relatos sobre la creación de la vida, en las diversas mitologías y religiones, es que un ente o grupo de entes sobrenaturales y trascendentales en algún momento decidió traer a la existencia a todos los seres, con algún propósito en mente. Y en este punto comienzan los problemas, pues para poder enterarnos del propósito debemos referirnos a los textos que han dado origen y sostén a las religiones, y además deducirlo cuando no se obtienen respuestas claras y adecuadas.
Así, según el Antiguo Testamento el plan consiste en “creced y multiplicaos” para custodiar y cultivar el planeta. (Génesis 1:28, 2:15) desafortunadamente esto es muy escueto y ambiguo, pues no explica cómo el hacer esto puede dar sentido a nuestra vida.
En el Nuevo Testamento, Jesús dice “he venido para que tengan vida, y la tengan plena” (Juan 10:10). Pero esto no va más allá de la expresión de un tópico: hasta los ateos creen que la vida se debe vivir con plenitud, pero no porque sea ése el propósito divino sino porque tal vez esta sea la única vida que tengamos. Aparte de que no dice qué es lo que hace a una vida más plena que otras, por lo que, a menos que uno sea fundamentalista religioso, aun siendo creyentes podemos utilizar nuestro propio criterio. Una vida plena no necesita estar basada en algún texto sagrado.
Hay quienes tratan de explicar el objetivo diciendo que estamos aquí para cumplir la voluntad de Dios (o los dioses). Aquí surgen las preguntas: ¿cuál es la voluntad de Dios?, y ¿entonces nos crearon para los fines de otros? La primera pregunta está relacionada con la visión última que a veces proponen las religiones: la voluntad de Dios es que se le adore, y que los seres humanos pasen a través de los sufrimientos y las vicisitudes de la vida únicamente para poder rodearse de adoradores que le obsequien alabanzas por toda la eternidad. Lo que significa meterse en otro embrollo: ¿cómo saber si hay vida después de la muerte? Sobre esto se cuenta sólo con los testimonios de quienes afirman haber visto o haberse comunicado con los muertos; pero estas afirmaciones se basan en  comunicaciones tan raras como inexactas y ambiguas, por lo que cabe que se trate de coincidencias, suposiciones o fraudes. En virtud de los conocimientos que se tienen hasta hoy, nuestros pensamientos, nuestra personalidad, dejan de existir cuando nuestro cuerpo muere.
La segunda pregunta implica que nuestra vida tendría un objetivo para el ser que nos ha creado, pero no para nosotros, y tal vez sería mejor no tener un fin  predeterminado. Los seres humanos tenemos el poder de determinar nuestros propios objetivos, el “ser para sí” de los existencialistas, y no el “ser en sí” que sólo puede ser lo que es y aquello para lo que los otros lo utilicen.
A esta explicación del sentido sólo le queda el acto de fe: decir que la existencia de Dios muestra que ha de haber un objetivo, ya que si no lo hubiera Dios no nos habría creado; pero que no sabemos cuál es. Se debe tener fe en que una deidad (que no podemos saber con certeza si existe) tiene un objetivo (que no podemos conocer), y confiar en que este objetivo nos complacerá.
Si Dios existe y no hay vida después de la muerte, nos queda darle sentido a nuestra vida y a la vez aceptar o rechazar el objetivo divino, suponiendo que sepamos cuál es. Si Dios existe y hay vida ultraterrena, sólo queda tener fe en que Dios nos hará saber claramente el sentido de la vida a su debido tiempo, y así se abandona la búsqueda por nuestra parte.
La opción de que no exista Dios ni vida después de la muerte tal vez nos diga que la vida no fue creada y menos con un objetivo, ¿pero eso significa que no lo tenga? Porque a muchos les preocupa que la explicación naturalista les diga que la vida no tiene sentido en virtud de su origen azaroso. ¿Acaso el sentido último es el de supervivir para reproducirnos?
Si pudiéramos preguntarle a un tetrápodo del pérmico cuál es el sentido de la vida, ¿qué iluminadas y misteriosas respuestas nos daría? Tal vez algo como "no entiendo la pregunta, sólo quiero evitar la muerte." Hace como 280 millones de años los primeros anfibios iniciaron la vida fuera del agua. Los tetrápodos se arrastraban y comían gusanos, quizás algunos bichos, pero básicamente todo lo que pudieran atrapar y digerir. No hay mucho por ver o admirar a pesar de que ellos dieron surgimiento al resto de los vertebrados terrestres, reptiles, pájaros, e incluso eventualmente a los humanos alfabetizados.Es extraño que nunca tuvieron ninguna meta o dios, ni alma o esperanzas en el más allá, de verdad que adolecían de cualquier propósito más allá de la breve lucha por la vida, y sin embargo millones de años después aquí estamos leyendo esto, debido a eso, debido a que existieron y evolucionaron. Como humanos existimos en el mismo universo físico, sujeto a las mismas reglas de la física y la biología, la misma necesidad de agua marina y salinidad en el fluido corporal, las mismas proteínas y aminoácidos... Décadas de pesquisas científicas y una investigación muy cuidadosa, todo para llegar a la ineludible conclusión de que el propósito es que no hay ningún propósito. La broma es de nosotros porque hemos convertido lo absurdamente simple en algo peligrosamente complejo.[1]
En la visión naturalista, el conocimiento del origen de la vida no nos revelará precisamente el significado de la misma, pues no hay razón aparente por la que mirando ese pasado obtengamos información de nuestro estado presente o de nuestras perspectivas futuras; la finalidad no está necesariamente fija en el principio, ésta puede perderse o cambiar.
Luego que los existencialistas han declarado “la muerte de Dios”, nos consuelan diciendo que mientras en la vida haya algo bueno por hacer, puede ser nuestro propósito descubrir y realizar lo que consideremos correcto. El vacío de Dios lo podemos abordar mediante la autenticidad, la responsabilidad personal y el libre albedrío; la vida no tiene un sentido predeterminado. Si la vida es resultado de una serie de eventos fortuitos, esta es una buena razón para apreciarla. Quizá sólo hay que reconocer que la vida puede tener sentido si descubrimos que vale la pena vivirla por sí misma, sin recurrir a otros fines, metas u objetivos. Si de la nada venimos y hacia la nada vamos, vale hacer una celebración de la existencia misma.

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