miércoles, 6 de octubre de 2010

El hombre de dos reinos

Esta semana tuve la oportunidad de volver a ver una magnífica película que hacía muchas lunas no disfrutaba, "El hombre de dos reinos" con Paul Scofield en su inolvidable interpretación de (Santo) Tomás Moro, el afamado humanista escritor de "Utopía", canciller del reino de Inglaterra, amigo de personajes como Erasmo de Rotterdam, John Skelton  o Enrique VIII, y actual santo patrono de los "abogángsters", políticos y gobernantes según la iglesia católica.
Moro era un filósofo y hombre de fe, no tan intelectual como para darse a la especulación como Erasmo, y no tan místico como para rehuirse a la vida pública y la política; la defensa de los derechos de su conciencia, su sentido del deber religioso y de la autoridad legítima lo enemistaron con uno de los hombres más poderosos de la historia (Enrique VIII) y eventualmente lo llevó al martirio.
En otros tiempos, el monarca, con una ayudadita de Tomás Moro, había escrito un ensayo teológico que le valió el título pontificio de "Defensor de la Fe". Pero después se vio en la "necesidad política" de divorciarse de Catalina de Aragón (hija de los famosos reyes católicos) en favor de su amasia Ana Bolena; y al recibir las negativas tanto del papado como de su amigo y canciller, decidió desconocer la autoridad de la iglesia romana, fundó la iglesia anglicana de la que se declaró jefe. Moro se separó de su cargo, quedando a merced del cambiante humor del rey. Su negativa a jurar por el Acta de Supremacía ("No puedo hablar de manera distinta a lo que mi conciencia me sugiere") causó su encierro en la Torre de Londres.
 Finalmente, fue acusado de alta traición en un juicio sumario y condenado a muerte por decapitación. El por entonces recién nombrado cardenal Juan Fisher también pasó por el mismo trance; Enrique VIII le mandó el capelo cardenalicio cuando Fisher estaba en prisión, y fue también ejecutado. Moro y Fisher fueron beatificados en 1886, y canonizados en 1935 (junto a otros 51 mártires).
Un filme soberbio para mi gusto, con una magnífica fotografía de sus escenarios naturales, y un reparto de primera: Robert Shaw, Orson Welles, John Hurt, Susannah York... Aunque su ritmo y la gran riqueza de sus diálogos nos den la ligera sensación de que es "teatro filmado" (la cinta se basa en una obra teatral de Robert Bolt), en su momento se ganó 6 premios Oscar y 7 BAFTA.
Como sabrán, el punto principal de la cinta es el conflicto de la conciencia, entre el deber religioso y la obediencia a la autoridad, cuando ésta tiene sus motivos para oponerse a quienes desean ser fieles a la religión antes que al poder establecido. En la peli Enrique VIII desea seguir siendo amigo de Tomás a pesar de su renuncia a la cancillería, pero además desea que de alguna manera (aunque sea con su sola presencia) Moro le dé su aval en los asuntos de su divorcio y del cisma. Tomás prefiere evitarlo y guardar silencio aunque esto lo lleve a la Torre de Londres; y en un momento dado (durante el juicio) declara que no deseaba romper con el rey sino servirlo, que no le niega nada de lo que le es debido, pero que que no avalará que tome lo que no le pertenece, ni que ofenda a sus convicciones religiosas.

La moraleja es que (Santo) Tomás Moro es un mártir de la libertad, pues se opuso a la pretensión del poder de controlar, de dominar sobre la conciencia. ¿Cuántas personas, además de los políticuchos, no se han doblado ante las mieles o las hieles del poder mundanal, antes que ejercer las virtudes y servir al supremo ideal de la justicia? Pues la política no se ha de desligar de la moral ni de la ética, o se arriesga a despreciar y corromper la libertad, la justicia y los derechos humanos, lo que no dudo que iluminaba la conciencia de Tomás Moro.