jueves, 23 de septiembre de 2010

El hombre que murió de amor

Les comparto una historia de Elias Pessaj que me pareció conmovedora y ejemplar:

Todos los años, en un cierto día y a una determinada hora de la tarde, un nutrido grupo de personas se reunían al borde de una tumba en un antiguo cementerio de Praga. La tumba tenía una pesada lápida en donde estaban socavadas unas pocas palabras que escuetamente decían : “Aquí, yace el hombre que murió de amor”. Algunas mujeres sollozaban y las lágrimas rodaban por sus rostros regando el suelo yermo del vetusto cementerio. Muchos hombres se acercaban a la lápida y le daban un beso emocionado y prolongado. Algunos ancianos a pesar del cansancio por haber permanecido horas parados, se mantenían sin embargo erguidos.
Se me ocurrió contemplar los rostros de esa muchedumbre, que año tras año, en esa misma fecha colmaba el cementerio, a tal punto que muchos quedaban fuera.
Vi en todos el dolor que se experimenta cuando se pierde a un ser muy querido.
Pero no entendía el origen de tal homenaje, porque en la lápida no había ningún nombre que la identificara, no figuraba ninguna fecha y ni siquiera un símbolo que indicara su religión, si es que profesaba alguna, sólo había un cartel donde se consignaba su ubicación: el número de fila y el número de ubicación en ella.
Yo era un simple turista y coincidía justo mi visita con un acontecimiento del cual nunca en mi vida había tenido noticia. Sentía un cierto pudor en acercarme a algunas de esas personas, que en actitud solemne rendía homenaje a un hombre, que para mi había sido un perfecto desconocido.
Pero mi curiosidad pudo mas, tal es así que me acerqué a una mujer que estaba muy cerca mío y le pregunté de quien se trataba el personaje en cuestión.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando la mujer me confesó que la tumba en realidad estaba vacía y que era mas bien un símbolo, un homenaje póstumo.
-¿Cómo es eso? Pregunté con manifiesta extrañeza.
-Su cuerpo nunca fue encontrado, me contestó la mujer.
-Espero sepa disculpar mi curiosidad ¿Pero cuál es el motivo para que todos los años y a esta misma hora se le rinda homenaje a un hombre que no yace en su tumba y en donde además, ni siquiera figura un dato sobre quién pudo haber sido?
-Es que esa ha sido su voluntad expresa antes de morir, a la fecha y hora exacta en que nos reunimos anualmente.
-¿Pero esto no figura en ninguna parte aquí? Insistí muy sorprendido.
-Es verdad, pero ninguno de nosotros lo hemos olvidado y hasta hoy ninguno ha faltado a la cita, año tras año.
¿Serian sobrevivientes del Holocausto nazi? Se me ocurrió. Pero allí había no solo judíos; había cristianos, musulmanes, algunos de origen alemán, rusos, turcos, españoles y hasta latinos (les escuché hablar). No pude resisitir más y sin rodeos le pedí a la mujer tuviera la amabilidad de contarme la historia.
-Fue un gran hombre, un espíritu elevado, un alma que entregó su sabiduría en silencio, sin buscar la fama, ni el reconocimiento, fue…nuestro Querido Maestro y nosotros somos sus discípulos, los que cosechó con el pasar del tiempo y a lo largo y ancho de todo este mundo. Porque su enseñanza no distinguía razas, credos, nacionalidades, religiones, ni dogmas, estaba abierta al que quisiera beber de ella.
-¿Y porque murió de amor? Pregunté ya en el colmo de la impertinencia.
Con una mirada de tristeza en su rostro, la mujer me miró y me dijo:
-Nuestro Maestro ya había recorrido mas de la mitad de su vida, cuando un discípulo suyo sufrió una insuficiencia renal terminal. Los médicos determinaron que la diálisis no era suficiente para conservar en vida al paciente y un transplante de riñón era inminentemente necesario, para lo cual en un plazo no mayor de 24 horas debería aparecer un donante. Nuestro maestro se ofreció inmediatamente, pero su corazón durante la intervención quirúrgica no resistió, sufriendo un infarto. Antes de morir sus últimas palabras fueron: “Muero de Amor, porque mi corazón ha sido rasgado por este poderoso sentimiento, el que ha inspirado y ha dado sentido a toda mi vida”.
Su cuerpo fue trasladado a la morgue del hospital, pero inexplicablemente desapareció y a pesar de todas las búsquedas emprendidas nunca fue encontrado, es un misterio sin solución hasta hoy. Aunque algunos afirman que imprevistamente, se les apareció sonriendo y les pidió que le recordaran con alegría. Otros quieren creer que en realidad está vivo, muchos sin embargo están empeñados en seguir su ejemplo de vida.
-¡Qué historia extraordinaria! Exclamé, dar la vida concientemente por amor al prójimo.
Una última pregunta por favor, ¿Y ese discípulo se encuentra hoy entre este gentío? Me gustaría conocerle, si es posible.
-Sí es posible, me dijo la mujer rompiendo a llorar, ese discípulo soy yo.


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